martes, 28 de octubre de 2008

El veneno de la indiferencia

José María Legarda


Al meditar en zazen reconozco en mí una profunda ignorancia. Esta se presenta a la consciencia como una espesa niebla, como un muro, a veces como un espacio vedado, infranqueable. La evidencia de la ignorancia se vive subjetivamente ya que es “mi ignorancia”. Esta constituye un estado vivenciado a veces de sopor, otras de vaciedad, en ocasiones como inconsciencia, o como “coloque” de la mente, siendo sus manifestaciones muy variables.

En zazen me he preguntado a mi mismo: ¿qué es esto? Y me he tenido que dar una respuesta que no me gusta: esto es mi ignorancia fundamental, que me penetra y me constituye, atravesando todos los poros de mi mente y cuerpo. Indagando más en ello he intuido que la ignorancia tiene registros varios, especies, enraizados en los procesos psicofísicos y psicológicos.

El cuerpo insensible

La ignorancia en el cuerpo se manifiesta como insensibilidad, zonas ciegas, falta de consciencia fina respecto de las sensaciones. La ignorancia del cuerpo afecta de la posición en zazen, la forma de mover el cuerpo, su alimentación, su higiene, etc. El cuerpo es un sismógrafo de todo lo que nos ocurre pero no siempre estamos atentos al cuerpo y a las señales que nos envía.

La percepción embotada

La ignorancia tiene también sede en la percepción. Percibir es recibir información sensorial y decodificar su sentido. El punto de diferencia entre la pura sensación que estimula un sentido (por ejemplo, el gusto) y la consciencia de sentido (“esto sabe a patata”) radica en que lo segundo implica un procesamiento superior. También en nuestra percepción nos mostramos ciegos, sordos, sin gusto, sin tacto, sin olfato, sin agudeza cenestésica. A veces las sensaciones no nos provocan la emergencia de sentido alguno. En unos casos es indiferencia, en otros filtramos interesadamente, en otros el sentido se nos escapa.

Las emociones negadas

La ignorancia de las emociones tiene que ver con la indiferencia, el desprecio, la insensibilidad emocional, la falta de empatía, la abulia, la negación y todas las defensas del yo para eliminar (reprimir, inhibir), no ver la realidad (negación) o camuflar y maquillar aquello que debiera sentirse. No queremos sentir muchas de nuestras emociones, especialmente si de las llamadas negativas. Por ello, en zazen tenemos que hacer un esfuerzo por reconocer lo que sentimos.

El pensamiento distorsionado

La ignorancia del pensamiento se relaciona con la falta de información, con la incomprensión, con la comprensión distorsionada que afecta a todo el pensamiento actual, como a los recuerdos y a los desvaríos de la imaginación y a las decisiones de la voluntad. Muchas veces nos refugiamos en la incomprensión y en la desinformación porque nos interesa, porque no queremos aceptar la realidad de las cosas, tanto internas como externas.

El ego autoreferenciado

La ignorancia narcisista, del ego, tiene que ver con la terquedad, el orgullo, la cerrazón de la mente y su mecanismo de afirmación y de autoperpetuación. El ego no quiere admitir su naturaleza impermanente, su no existencia como entidad sustancial, su realidad fenoménica. El vasto campo de la ignorancia pone al ego en un brete. Si el ego aceptara esa región de no control tendría que darse un proceso de reconocimiento de limitaciones. Así que el ego, en un proceso de magia abacadabrante, convierte la región de la ignorancia en un lugar de destierro de lo que no acepta, no quiere reconocer, con aquello con lo que no se identifica, y lo marca con el sello de no existente y sin sentido. La conclusión es que la zona de la ignorancia es definida como no ego, como no existente, como no perteneciente a lo real. De esta forma el ego se erige, pro decreto propio, en la única realidad; es decir, se afirma como autoreferencia, como centro del mundo, como medida y canon de todas las cosas. Pero por encima de todo se afirma como ser el mismo la consciencia pura. ¡Qué cosa más tonta es la autoreferencialidad del ego!

La vida sin sentido

Existe también una ignorancia existencial, que atañe al sentido de la vida. La confusión, la experiencia de vivir como una marioneta, sin sentido, sin norte, la vivencia de la náusea existencial, del vacío de propósito. Esta vivencia interior puede aflorar en la práctica del zen y debemos reconocerla. En algunos casos se vive como dolor, como frustración de autorealización. Es muy normal que si nos identificamos con una actitud materialista, hedonista o ególatra no percibamos ningún sentido para nuestra vida más que el satisfacer nuestros deseos.

La separación de la consciencia

Debo reconocer que también existe una ignorancia espiritual. ¿Qué es lo espiritual? Aquello que nos vincula a lo más profundo de nosotros mismos y de la realidad. Religión es aquello que nos re-liga, que nos re-une, que nos abre a lo primordial y que, según las concepciones religiosas y espirituales se denomina y se concibe de diferentes formas: divinidad, espíritu de la naturaleza y del universo, alma humana y en el zen consciencia. La ignorancia espiritual es la desconexión con esa esfera interna de la consciencia, es la separatividad con relación nuestro ser primordial. Anhelamos una conexión fuerte y plenamente realizada con la consciencia. Deseamos su contemplación, su calma, su gozo, su comprensión clara. El desarrollo de la estructura yoica y su cosificación, que lo rigidiza, nos extravía haciéndonos ver, erróneamente, que la satisfacción y el refuerzo del yo es lo mismo que la conexión íntima con nuestro ser interno. Como en el curso de nuestra vida nos identificamos en alto grado con nuestro yo, en consecuencia nos volvemos ignorantes y nos separamos de nuestra consciencia.

La tarea del meditador

Al contemplar los vastos dominios de la ignorancia en zazen no puedo más que reconocer, con humildad, las limitaciones de lo yoico y su ceguera, de la cual extraemos sufrimiento. Todas las ignorancias particulares se hallan conectadas entre sí, siendo una estructura. No son espacios lacunares aislados; constituyen un sistema que el yo trata de mantener para autoafirmarse. Es una gran treta; el yo se vale de la ignorancia para mantener sistemas de conducta interna y externa en secreto, propiciando los comportamientos automáticos. Es por tanto mi tarea como meditador liberar las brumas de mi consciencia.